Natalí Sulca, peruana, llegó en el 98 con 18 años desde Lima. Empezó a cocinar para su pareja, que es celíaco, y así definió su vocación de cocinera.

Llegué aquí en 1998; tenía apenas 18 años y en Lima las cosas estaban difíciles. Mi mamá ya vivía en el país, así que decidí viajar a Buenos Aires para estar cerca de ella y buscar vías de estudio y de trabajo.

Los primeros tiempos fueron duros: sin tiempo para estudiar, sólo me dediqué a trabajar. Fue muy importante el apoyo de mi familia, ya que además de mi mamá, al poco tiempo llegaron dos de mis hermanas mayores. Pero a ellas les costó mucho estar lejos de Perú y al tiempo volvieron.

Con los años me fui adaptando a la Ciudad y sus costumbres: me encanta el asado, el tango –escucharlo y ver cómo lo bailan–; fui a ver muchos shows. También los paisajes hermosos que hay tanto en las provincias del Norte como en las del Sur.

Cuando pude empezar a estudiar elegí algo relacionado con ayudar a la gente y seguí la carrera de Enfermera Profesional. Trabajé en varios lugares, como el Sanatorio Anchorena, y fue una linda experiencia. Pensaba que ésa era mi vocación, hasta que conocí a Horacio, mi pareja desde hace cuatro años.

Empezamos a salir y yo siempre le cocinaba cosas ricas. El es celíaco y a mí me encantaba prepararle platos aptos; también me gustaba cocinar para los cumpleaños nuestros o de la familia. El me decía que le gustaba todo lo que hacía, y eso me daba más ganas.

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Cuando nos fuimos a vivir juntos me volví habitué de las dietéticas y siempre iba a comprar harinas y premezclas que se adaptaran a su dieta. Trataba de hacerle bizcochuelos y cosas ricas, pero en lo que era pastelería me resultaba difícil cocinar cosas que a Horacio le gustaran comer.

De chica, en Lima, siempre había ayudado a mi mamá en la cocina y a veces me animaba a hacer algunas recetas no muy complicadas. Cuando la comida se me quemaba, mi mamá me decía: ‘Hacé estofados, eso nunca se quema’. Me encantaba, pero nunca pensé que podría dedicarme a eso.

La comida que le hacía a Horacio le gustaba a toda la familia, y tanto me elogiaban los platos que se nos ocurrió la idea de abrir un local de comidas sólo para celíacos. Nos pareció muy bueno que, como Horacio, otras personas con ese problema puedan tener la posibilidad de comer algo rico sin gluten.

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Salimos a buscar locales en alquiler en Recoleta. Toda Buenos Aires me parece hermosa, es una ciudad especial para vivir, pero a mí siempre me gustó este barrio por sus parques, porque es muy lindo y tranquilo. Finalmente encontramos un local que se adaptaba a lo que queríamos.

Con los hijos de Horacio elegimos el nombre. Giuliana, la menor, nos dijo: “Cooking Time Gluten Free” (Es hora de cocinar sin gluten). Así nació este lindo desafío y por suerte nos está yendo muy bien. Es un permanente aprendizaje. En los últimos años hice muchos cursos de pastelería, me capacité con chefs que me ayudaron mucho, como Gabriela Pini y Silvina Rumi.

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Yo cocino y preparo todas las recetas, me gusta estar cerca de la cocina, controlando. Todos los platos son muy ricos, la pastelería cada vez sale mejor. Muchas veces pensamos qué tipo de alimento tradicional, que se hace con harina de trigo, podemos hacerlo con las harinas aptas para celíacos en algo rico para que ellos también puedan comerlos. Lo clientes celíacos se alegran: “¿¡Todo esto es libre de gluten!?”, nos preguntan. Otros ni siquiera se enteran de que comen en un lugar sin gluten. Todos siempre vuelven contentos.

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Vía diario Clarín Argentina.